Entre pandemia y guerra: fascinaciones escatológicas.
Una pandemia con la que nos vimos acorralados hacia lo íntimo, por un virus que no subsiste bajo el sol, y nos obliga a todos a limpiar nuestras manos - justicia y obras. Cuando parece comenzar a menguar una pandemia que sin duda aún tiene por delante un largo proceso de asimilación, comienza una guerra, que algunos tildan de una Tercera Guerra Mundial, título tentativo que tuvo varios postulantes al finalizar el siglo pasado e inicios de éste. Ha sido un fantasma que acosa desde la Guerra Fría. ¿Cómo nos desafiará esta nueva amenaza mundial? Parece que nos invita está situación a mirar fuera de nuestros hogares, fuera de nuestras fronteras, y ver cómo todo lo externo, lo foráneo, afecta lo local, y no como un fenómeno exclusivamente de la globalización, sino que por medio de las tecnologías que ha posibilitado la globalización, adquirimos más conciencia e inmediatez de las consecuencias que siempre han implicado conflictos de esta envergadura. Pero con todo lo que casi naturalmente se da en las sociedades en momentos como éstos, también surge en los ambientes religiosos un afán antiguo: hacer encajar los sucesos contemporáneos a una línea narrativa que podría anticipar cuándo y cómo sería el fin del Mundo.
La escatología es el estudio teológico de las “últimas cosas”, entendido convencionalmente como los últimos hechos que acaecen o acaecerán a la Humanidad, pasando lo que era temporal y caído, a lo eterno y original. El estudio de la escatología al meditar sobre la calidad de temporalidad de los hechos y la historicidad de la humanidad, también considera el otro extremo temporal de la historia humana, el origen de ésta, y qué es lo que la compone, como el tener un cuerpo, alma y espíritu, la relación de estos respecto al tiempo, la eternidad, la muerte, el origen de la vida, etc., asuntos que involucra la reflexión no sólo del origen de lo que existe y su fin de como lo hemos conocido, sino también relevancia de Cristo al centro de todo esto, figura que hace de eje, razón y fin de lo que nos sucede como humanidad, porque es Su resurrección la que regenera todo lo que se estime como original y eterno, que confronta lo establecido por las tinieblas/el mal, y es lo que jala a la historia de lo mundanal a su obsolescencia, a su término.
Un sucedáneo del estudio escatológico, en varias teorías, ha sido el establecer la consecución de períodos y acontecimientos, por medio de la interpretación de los escritos proféticos bíblicos, y de analogías y paralelos con los hechos de la historia universal, para poder leer algún significado y hasta algún mecanismo en ella. Se sigue de esto, el intento de conformar una narrativa que no sólo vaya comprobando el significado y coherencia de las profecías en la historia, sino también, su anticipación. Éste último factor, si el anterior no genera ya controversias por las relaciones que suscita, es el que ha generado muchas divisiones entre denominaciones y sectas de origen judeo-cristiano. Lo digo para que algunos puedan considerar lo relevante y definitorio que puede ser para ciertas corrientes confesionales, el tener una interpretación particular de lo que pretenden relatar como línea temporal del pasado, presente y futuro de la historia de la Humanidad, con la Iglesia en medio ella, para poder calcular o estimar una proximidad de la segunda venida de Cristo y un fin al mundo como lo hemos conocido, y en lo práctico, cuál es el rol de la Iglesia en medio de ese “guión” histórico. De la fe cristiana no se puede extirpar el elemento escatológico de la lectura bíblica, por el núcleo mesiánico de la Biblia, y esto también determina explícita o implícitamente una postura sobre la forma en que se involucra la Iglesia en el acontecer del mundo, y las prioridades y postergaciones de sus quehaceres.
Al transformarse en un afán que incluso define una postura identitaria de una denominación o movimiento, hace de su relato, cada vez más rígido, una imagen del futuro con la que me modifico para hacerme semejante a una identidad que pretendo pueda soportar y dominar mejor el mundo que quiero poder anticipar, sugestiono mi mentalidad para hacer encajar el alud de acontecimientos a un relato que incumba a mis planes. Y de cierta forma, mis prioridades son regidas por la lectura de la realidad más que por algo que la trascienda, asunto que sufre el riesgo de no sólo esta atención de cotejo constante, sino de buscar modificar las interpretaciones para sostener la coherencia de un relato que he hecho de él mi definición. La voz que pudiera guiarme en medio de la hirsuta madeja de aspectos y acontecimientos del mundo, está sujeta ahora al cuerpo de conocimiento que he creado por medio de mi escatología.
Es posible que en las bases del paradigma de la modernidad haya una gran cuota de esta devoción a las ideas escatológicas, porque es la Razón, incluso por medio de la teología - o por ser ya en sí misma una teología-, pueda tomar control, prescindiendo de revelación alguna, y tan sólo de la lectura del libro sagrado, del presente, por medio de estas ideas anticipatorias del futuro. En definitiva, entrenar y condicionar una disposición a hechos probables. Pero eso deja otra posibilidad tentativa: no sólo anticipar acontecimientos, sino provocarlos. Así la escatología puede ser una forma moderna de oráculo adivinatorio del cual asistirse para los negocios, iniciativas y contrataciones que se emprendan en cualquier esfera.
Pero el conocimiento tiene un peligro: envanece. La curia político-religiosa contemporánea a Jesús de Nazareth creía encontrar la vida (cf. Juan 5:39), provisión y control, en la palabra divina escrita, podríamos pensar que incluso más allá que en términos figurativos, hasta literales: una devoción al documento en sí mismo, y claro, al conocimiento que de ahí se construye, a lo que Jesús respondió que ellas más bien daban testimonio de Él, apuntaban hacia Él, una persona por conocer, no una mera teoría; pero el poder que les confería el saber mismo de sus particulares lecturas de las escrituras sagradas, lograron ser más poderosas en sus corazones (cf. Hch. 7:39) que una sincera guía de éstas para identificar la presencia del Cristo, cuando éste apareciese. Se empieza a prescindir tanto de la voz viva y fresca del Espíritu Santo, que adquiere más valor las elucubraciones y cálculos desde un mero texto, aislado de la luz del Espíritu (cf. Hch. 7:51). Si esto no resultó, es que efectivamente su adoración estaba dirigida a su propio conocimiento, que no sólo los fascinaba con el esplendor de un supuesto saber, sino con la fascinación que genera el ambiente de una narrativa, que trae la imagen, el ídolo de ideas que se crea, eclipsando la posibilidad de ver el camino que guía al Dios vivo, verdadero y eterno. Ese ídolo teórico no hace notar su devoción en cultos y festejos, pero sí en cómo se le sujetan decisiones, temores, ansiedades y orgullos, que recaen en decisiones respecto al plan y prioridades de las comunidades.
La escatología, proveniente de la creencia y confesión que sea, posee este peligro de generar imágenes fascinantes, obnubilantes, que embotan el entendimiento, alimentado todo esto por la ansiedad de las necesidades que se busca cubrir con recursos y proyectos que siempre se debaten con las circunstancias del tiempo porvenir, la pregunta por lo que sucederá. Se genera un afán, una adicción por una narrativa que otorgue o valide sentido a la pretensión de buscar predecir el futuro, lo más exactamente posible bajo cualquier excusa, sean éstas incluso bien intencionadas, pero descuidando asuntos básicos, que podrían darle real peso incluso a cualquier predisposición frente a la imagen que bosquejamos sobre el porvenir. Aclarar que digo que corre el peligro pero no por eso sea innecesario como disciplina dentro de la reflexión teológica, porque sin duda en la Biblia hay un intento de proponer una señalización de acontecimientos o tipos de acontecimientos que nos ayudan a identificar incluso, más allá de en cuál punto de la línea de tiempo estamos, cuál es la intensión del Señor respecto a Su pueblo, el mundo, y testificar sobre Su fidelidad.
Lo que veo al inicio del libro de Hechos es la respuesta de Dios a una pregunta escatológica: permanezcan en un lugar donde recibirán al Espíritu Santo. Y la primera obra del Espíritu es la apertura de las fronteras del reino revelado de Dios, y la consolidación de una comunidad, sin precedentes, en una unanimidad y cuidado mutuo tal cual lo había orado Jesucristo en la Última Cena. Lo que leo como inicio de Apocalipsis/Revelación, en las palabras de Jesucristo, es su mirada panorámica y sanadora de determinadas comunidades cristianas, con palabras instructivas para que estas permanezcan en lo justo, y se rectifiquen de corazón a Dios. Por lo tanto, incluso aunque parezca intelectualmente imperioso, la base de todo intento de mirar escatológicamente los acontecimientos, debe partir desde comunidades realmente unánimes, sin las cuales no pueden recibir una revelación de cómo permanecer o reaccionar a los acontecimientos pasajeros, y a la vez mantenerse unidos, que los acontecimientos sin duda podrán instar a la angustia y a consecutivas divisiones por las tensiones suscitadas, perseverar implicaría no sólo sostener una confesión sino un hacer: mantener lo que deben siempre reflejar: que en el amor mutuo serán reconocidos como discípulos, para atraer a futuros prospectos de discípulos. No es la capacidad interpretativa, sino el testimonio de koinonía, el primer énfasis si la cual no se podría entrar a entender las visiones proféticas anticipatorias, ni su propósito convocatorio de una base comunitaria que da sustento incluso para entender en cierta medida, el ideal de “ciudad celestial” que, por ejemplo, en “Apocalipsis/Revelación” se retrata al concluir.
En términos más cotidianos, parece que a veces la escatología se vicia en ciertos círculos, sólo para alimentar tendencias no sólo escapistas, sino de responsabilidades mucho más complejas y tangibles, que lecturas de la apabullante realidad mundanal, sino del cuidado que requiere mi hermandad, ese amplia dimensión de desafíos que implica la consolidación de la comunidad, y que en acuerdo, podamos escuchar y deducir por lo que cada uno recibe, la voluntad divina para con cada congregación local. En estos tiempos que se levanta polvo de tantas elucubraciones escatológicas sobre cómo leer la amenaza mundial de una guerra, se pierde para algunos lo que pudieron haber descubierto en la intimidad forzada por la pandemia.
El libro de Revelación, es el libro de revelación no de una trama, sino de Jesucristo, ampliando la mirada de quienes somos en conjunto en Él y gracias a Él. Plantea un escenario multidimensional sin antes ocuparse de sanar y corregir a las comunidades con diversos problemas, errores y desafíos. De cierto modo, aunque pueda ser importante, lo urgente es la realidad inmediata de mi hermandad, como un avanzar a espaldas del futuro del mundo que caduca, mirando hacia dentro de la comunidad, no olvidando que el futuro ya está sujeto por Quien tiene toda capacidad, potestad y soberanía para mirar los acontecimientos de forma justa y precisa desde su eternidad. De la revelación total y definitiva futura se encarga el único que es digno de abrir los rollos y de toda la gloria, a nosotros nos queda hoy descubrir y manifestar la revelación de Cristo que somos en conjunto, hasta que Él se manifieste a sí mismo ante todo ojo. Que la era actual, como “los días postreros” son la era de la manifestación de Cristo por medio de Su iglesia, cohesionada y energizada por Su Espíritu, anticipando la revelación total por venir.
Félix Natanael
Viernes 11 de Marzo, 2022 - Ciudad de Luz / Santiago de Chile
(texto originalmente escrito para el podcast Homo Canutus)
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