jueves, 3 de marzo de 2011

ANTES DE LAS BATALLAS



Kate Austin, "Armour of God"


Antes de las batallas.

por Félix Alejandro T. H.


dedicado a

Sergio Rodríguez V.

Natalia Moreno S.

Úrsula Sánchez

José Castro


Antes de leer, pide a Cristo Jesús que por medio de Su Espíritu, te entregue atreves de la lectura de estas palabras, una revelación de SU PALABRA contingente para ti HOY.


lea antes

Efesios 4:22-24, Santiago 4:5-8


EXISTE CONFLICTO ENTRE DOS PARTES QUE SE OPONEN
PORQUE TIENEN CLARO LO QUE SON
POR LO CUAL, SE CONFRONTAN…
HAY UN PASO DE IDENTIDAD Y FORMACIÓN ANTES DE LAS BATALLAS
CUANDO SE LAS QUIERE ENFRENTAR EFICAZMENTE.

Es necesario distinguir entre “batalla” y “guerra”, entre nuestras circunstancias y el destino que las rodea, en las que están inscritas, entre nuestra cotidianidad y nuestro porvenir, individual y colectivo.

Queramos dar la lucha o no, espiritual y ‘naturalmente’, estamos en medio de una guerra, nuestra disposición sea activa o pasiva no nos exime de ella: sin presentar amenaza para bando alguno, en medio de la batalla puedo ser herido igual. La situación a mí alrededor es de una gran guerra, que estaba acá antes que tú y yo naciéramos, y lo estará después que me muera. Nacimos como rehenes y botín de la Ira y somos los hijos rescatados del Amor. Mi actitud entonces se puede ver compelida a tomar un bando, y sea cual sea mi disposición, también puedo resultar ser prisionero, víctima o soldado. Ahora, si mi actitud es asumir la situación de forma activa, probablemente querré que los resultados sean los más óptimos posibles, que el esfuerzo valga la pena, sea un mercenario o un soldado, querré entrenarme para dar lo mejor.

Es importante que antes de hacer hincapié en una actitud hostil, de participación en la Guerra que nos rodea, hay que saber condiciones que deben cumplirse antes del enfrentamiento y durante él, o que incluso, trascenderán al conflicto, factor éste que nos dará la esperanza de que no siempre esta tensión se mantendrá, que en algún momento la Guerra terminará, definiéndose la victoria para unos y derrota para otros.

Se destaca mucho el mensaje de Pablo en el capítulo 6 de Efesios, versículos 11, 12 y en adelante, pero hay que destacar 2 puntos: cuando se está llegando allí vemos se sugiere un EJÉRCITO, no está llamando a hacernos mercenarios, guerreros individualistas, solitarios, que pelean por causas de provecho y ambición personal, sino envueltos en una causa común, el guerrero descrito más que ser UN cristiano, es LA iglesia completa, vista como un CUERPO GUERRERO, o sea, con partes funcionales interdependientes, complementarias, con una dignidad que cuidar en común, un cuidado recíproco, un caminar que aúna fuerzas, dones, metas y éxitos. El RECORRIDO PREVIO a este capítulo y palabras de Pablo aclara esta condición, para eso es necesario poner ese texto tan corajudo y exhortante en su contexto – recuerde el viejo dicho hermenéutico: “un texto fuera de contexto es un pretexto”. Hay que revisar con atención lo que dice previamente. Ese contexto declara y apunta varios asuntos, y uno de ellos es la conformación del “nuevo hombre” en cada uno de nosotros, en resumidas cuentas, en una de sus interpretaciones, quiere decir que debe ser formada, acrecentada, dejar prevalecer en nosotros la naturaleza divina, la nueva creación: Dios no nos cambia transformando la vieja naturaleza, el viejo hombre, lo corrupto en nosotros, lo que Él hace es regenerar en nosotros la porción divina, la simiente incorruptible, que nos otorga al darnos salvación, naciendo a la vida zoe, nos da una porción de SU ESPIRITU y es ese Espíritu Santo el que forma en nosotros con un nuevo nacimiento una nueva persona, esto gracias a una carácter santo en comunión y armonía con un CUERPO, con un plan mayor, que nos trasciende y nos complementa, nos incorpora, el Cuerpo de Cristo, Su Iglesia y la misión que la circunscribe en este mundo, pues esta situación y proceso no nos APARTA del mundo sino que nos DEFINE dentro de un conflicto con una humanidad que nos requiere. Dado ese conflicto, llegamos a tener consciencia de los bandos que se enfrentan, por lo tanto, nuestra parte y deber EN el Cuerpo de Cristo. Finalmente, tras todo el gran recorrido revelado por medio de Pablo en la carta a los Efesios es que llegamos a esta cuestión: algo debe ser formado y fortalecido en nosotros para dar lo mejor al momento de la batalla.

“que en cuanto a vuestra anterior manera de vivir, os despojéis del viejo hombre, que se corrompe según los deseos engañosos, y que seáis renovados en el espíritu de vuestra mente, y os vistáis del nuevo hombre, el cual, en la semejanza de Dios, ha sido creado en la justicia y santidad de la verdad.” (Efesios 4:22-24)

Es necesaria la clarificación de nuestra identidad, deber y privilegios ANTES del combate, aunque es cierto que la guerra no nos da tregua, hay que saber medirse ante ellas y a su momento aceptar retos que nos ayudarán a avanzar más allá de donde estamos hoy y a diario, pero son distintos los resultados cuando cumplimos con lo básico, es por eso que este texto, antes que describir esos puntos, convida a revisar con detención la progresión del mensaje de Efesios a todo su largo HASTA el momento del tan citado conflicto y armadura del capítulo 6 de Efesios. Y la sugerencia de este texto es también complementar esa lectura con una revisión a toda la carta de Santiago.

Explico someramente, con ánimos de sugerencia e invitación: la carta a los Efesios es una carta a individuos que deriva a una consciencia de IGLESIA, es una carta que habla sobre formación, carácter, el nuevo hombre y su naturaleza-mente divina, y al hablar de “revestirse”, de “armadura” está hablando de cobertura, tanto en su sentido de protección, apariencia y esencia, como en su sentido de cobertura colectiva, de un contexto humano y espiritual, por eso apuntar temas sobre la FAMILIA, la IGLESIA, y ellas, como CUERPO, como EJERCITO, es también referirse a una conciencia de unidad, pasa de temas individuales para derivarlos a temas colectivos (como cuando en la carta a los Corintios Pablo pasa del tema de los dones espirituales individuales a su inscripción en un contexto colectivo: los dones son para COMPLEMENTAR y EDIFICAR a la iglesia, no son para provecho exclusivamente personal). Se puede profundizar mucho más el deber individual para el colectivo revisando la carta de Santiago, pues nos habla esa carta sobre el conflicto entre la santidad y la consecuencia, el conflicto de la ambivalencia, la dualidad irresponsable del cavilar entre lo puro y lo impuro, el no dejar prevalecer, como el pasaje citado de Efesios, la mentalidad divina por sobre la vieja naturaleza corrupta que debe menguar y agonizar cada vez más; habla sobre nuestra actitud consecuente, no en una lucha religiosa contra la carne, sino en un disfrute de la gracia con la solemnidad y humildad que le merece, destaca la prudencia de la santidad asumida, prudencia y consecuencia que requiere sí o sí de un factor importante, que nos ayuda a ubicarnos en nuestros deberes y privilegios: la humildad, asunto que nos llevará a asumir lo que hemos ganado, lo que valemos, lo que nos pertenece y no, lo que debemos cambiar, el cómo amar y cuidar a nuestro Cuerpo, Familia, hermanos y (gran) comisión.

En resumen, repito: No es mero adoctrinamiento y activismo, disciplina y rigor religioso, pues esto intenta con pesadumbre y resentimiento cambiar algo que no cambiará: la naturaleza corrupta, vieja, pecaminosa (Jeremías 2:22, 13:23), se trata de la formación y prevalecer de la naturaleza divina, reemplazar (o sea, desplazar, imponer una a la otra) una naturaleza por la otra, buscar que fluya el Espíritu Santo hasta nuestro espíritu, por eso la insistencia conmovedora de Santiago: “Él celosamente anhela el Espíritu que ha hecho morar en nosotros” (4:5), anhela una comunión, que de tanto contacto se hace cada vez más poderosa, en un magnetismo de extrañarse y enamorarse, que arrebata y atrae, de permanecer en un contacto que nos contagie santidad, y resistirá por sí misma al Enemigo y lo hará huir, estableciendo victoria tras victoria, hasta el Final del conflicto, junto con el cual, alcanzaremos la plenitud de esa naturaleza divina que hoy se acrecienta en nosotros (Efesios 4:13). Y en tanto busque ser íntegra, consecuente, definirá su lugar en la Guerra y su efectividad, útil tanto para el servicio, la defensa y el rescate, como para la confrontación y el ataque. Al vencer la dualidad, el “doble ánimo”, al regir, prevalecer y resistir en la naturaleza pura de la Divinidad, es que podremos estar seguros en la comunión y en la ejecución de nuestra comisión.

“¿O pensáis que la Escritura dice en vano: Él celosamente anhela el Espíritu que ha hecho morar en nosotros? Pero Él da mayor gracia. Por eso dice: DIOS RESISTE A LOS SOBERBIOS PERO DA GRACIA A LOS HUMILDES. Por tanto, someteos a Dios [santifíquense, cumplan Su Voluntad, ámenlo cumpliendo sus mandatos]. Resistid, pues, al diablo y huirá de vosotros. Acercaos a Dios, y El se acercará a vosotros. Limpiad vuestras manos [nuestro actuar, sus intensiones, nuestras obras], pecadores; y vosotros de doble ánimo, purificad vuestros corazones [no está puro porque vacila entre dos voluntades].” (Santiago 4:5-8)


ANTES Y DURANTE LA BATALLA
HAY UNA INTEGRIDAD, UNA SANTIDAD QUE ENTENDER Y PROCURAR
EXPERIENCIA INDIVIDUAL COMPLEMENTADA EN UN CONTEXTO
QUE ES EL CUERPO DE CRISTO.


Como existe un conflicto, una lucha, una guerra en la que nacimos y por lo tanto nos vemos envuelto en ella, hay una necesidad intrínseca de liberar áreas de nuestra vida de su sometimiento a Poderes contrarios a la naturaleza y voluntad Divina, tanto de influencia externa (el Mal y el mundo y su sistema) como internas (el pecado original y la carne), como también, renacidos y regenerados en la vida espiritual, necesitamos procurarnos esa comunión que nos enseñará a madurar y hacer real las verdades y principios espirituales que rigen el mundo corrupto y aparente en el que nacimos carnalmente. Por un lado una necesidad y urgencia beligerante, y por otro, una necesidad de comunión y formación.

“Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes si primero no lo ata; entonces podrá saquear su casa.” (Marcos 3:27)

“Y he aquí, había en la ciudad una mujer que era pecadora, y cuando se enteró de que Jesús estaba sentado a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro con perfume; y poniéndose detrás de Él a sus pies, llorando, comenzó a regar sus pies con lágrimas y los secaba con los cabellos de su cabeza, besaba sus pies y los ungía con el perfume.” (Lucas 7:37-38)

En la primera cita, la de Marcos, tenemos el aspecto de prevalecer y combate, en la segunda cita tenemos la de consagración y adoración. Son las respuestas que se sugieren en este mensaje. Por un lado, para vencer, en el día a día, es necesario ‘atar’, esto implica no sólo el poder que algunos practican de “decretar” algo en contra de un poder, firmar con la palabra, entablar oposición desde el discurso y confesión de la Verdad Divina, sino también que “atar” puede ser entendido como “dejar sin acción, inmovilizar”. ¿Cómo dejo sin acción el poder interno o externo que me lleva a actuar en contra de mi proceso de formación y crecimiento, que me lleva a actuar en contra de los preceptos Divinos? Además de una acción ofensiva contra un poder externo, yo dejo de darle autoridad sobre un área externa o propia de mi vida cuando dejo de practicar o prestarle atención y preocupación a mi debilidad y pecado por sobre mi vivencia de la vida espiritual, plena, alineada a la voluntad y propósito del Redentor. Yo “ato” y dejo inmóvil, inutilizado, paralizado algo cuando dejo de tomarle atención, otorgarle tanta importancia, como si fuera más fuerte que El que me ha salvado, aquello que me perseguía para tener mi atención ya no lo tiene, yo comienzo a buscar la integridad de la santidad, la sintonización con el fluir constante del Espíritu Santo, para que se haga tan común en mí el regocijo de Su Gracia, que me nace complacerle en toda área de mi vida, y esa misma Luz expone mis pecados, debilidades y flaquezas, las confieso y le quito a posibilidad a mi Enemigo de que me extorsione, y a la vez yo atraigo la Luz a mi conciencia para que ésta acepte que hay áreas que deben ser cambiadas, entonces, hay un cambio de mentalidad, ante tal Verdad no tengo más que decidir querer ser libre (no es contradictorio, a veces, y muchas veces en el pasado decidimos no serlo, y nos entregamos, condenados a vivir algo que no nos era propio), traigo la Luz de la Verdad a mi Vida, ésta me hace libre, y puedo amar como Dios me pide lo haga. Como puede intuir ahora, al parecer, lo que comienza a suceder, es que comienzo a atraer a mi vida, por comunión y amor a Dios, esas características que harán manifestar el hombre interior, la nueva naturaleza, o sea, los frutos del Espíritu, sus cualidades y dones. Comienzo a ser SEMEJANTE a Dios, porque comienzo a compartir Su naturaleza: espiritual. Cuando declaro y experimento la Verdad del Verbo, la Luz del Hijo de Dios, la fuerza de Su Espíritu, entonces dejo sin acción a la Oscuridad, debido a que no tiene argumento para confundir las motivaciones y excusas que antaño daba a mis acciones – no tiene parte en mi vida, no le debo nada, pues pertenezco y soy partícipe de otra naturaleza. La búsqueda de la santidad deja a nuestro enemigo y vieja naturaleza sin fuerzas cuando resistimos EN la Verdad, persuadidos de ella y asidos de la Gracia.

La cita de Lucas, tiene conexión con la parte central del capítulo 4 de Santiago y con uno de los mensajes principales de esa carta: es la forma en que nos conmueve el conflicto en nuestro espíritu por este choque de naturalezas y con el mundo, con tal contrición (al punto que el espíritu “gime” – ver Romanos 8:26), que nuestro gozo, principalmente, no se haya en la victoria de las batallas – ¿hay gozo en ello? sí, pero es producto de algo anterior: nuestra comunión y adoración al Señor, de hecho, no hayamos victorias en la guerra si antes no estamos sostenidos por la certeza de estar cubiertos y en proximidad de Su Espíritu, conocemos y por lo tanto experimentamos Su amor, nos sabemos EN presencia e insertos en Quien servimos y amamos, entonces, en esta certeza, hayamos la paz que nos da la victoria (Romanos 8:29-31) (la paz como estado activo de perseverar en victorias y su garantía). Según el relato de la mujer de Lucas 7:37-38 y lo que le sigue, el aparente “derroche” de recursos lujosos, de tal ofrenda, que es derramado a los pies de Jesús no es símbolo mas que de una cosa: entrega total. No serás víctima o derrotado en nada mientras que lo que te pueda hacer vulnerable a los ataques de tu enemigo estén sobre el altar a tu Señor, mientras que no lo entregues y por lo tanto lo hagas PERTENECER a Dios. Si ahora esa área de tu vida le pertenece a Dios, ¿Quién contra ÉL?. El ataque se sentirá, la tensión entre naturalezas también, pero es el resultado de esta tensión, de esta batalla lo que marca la victoria, en ese aspecto podemos ser vulnerables, pero no al punto de estar desprotegidos para ser derrotados, o aún así, tenemos oportunidad de salir de tal condición. Para eso, debemos restaurar o mantener nuestro “altar”. “Altar” implica sacrificio, sometimiento, humildad, alabanza, ADORACIÓN. Entrega total al Señor: el guerrero se rinde ante su Rey, es ese privilegio de ser reconocido por ese Rey, predestinado por ese Dios, llamado, justificado y glorificado (que quiere decir que eres partícipe de Su Manifestación y bondades) que le da coraje, sentido de honor y dignidad en medio de cualquier circunstancia en las que nos encuentre la batalla. Son estas certezas y esperanzas las que nos hacen prevalecer, y que nos hacen permanecer en el vigor suficiente para acabar el propósito, nos signifique la muerte o no, pues sabemos qué nos espera más allá, pues servimos y amamos a un Dios misericordioso, Señor sobre la Vida, Quien la imparte o la quita, justo en recompensar con Gracia y amar a Sus elegidos con voluntad Suprema. Ésta es nuestra paz, hallando esta misericordia y Gracia, la oportunidad de perdón y exhortación.

Por eso, este texto nace de destacar lo que previamente indica el libro de Efesios, previamente a esta tan conocida cita, y para que nos apercibamos con prudente entendimiento a esto:

“Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las huestes espirituales de maldad en las regiones celestiales.” (Efesios 6:12)

Pero destaquemos el versículo anterior: “Revestíos con toda la armadura de Dios para que podáis estar firmes contra las insidias del diablo” – No se puede ir a la batalla sin haberse antes revestido, pero incluso el revestimiento tiene que ser afín con el carácter de quien lo utiliza y porta.

Y por eso, ese carácter se sujeta y forma en una esperanza que tiene la mirada mucho más allá del conflicto, a sabiendas, VIVE y anhela esa comunión y amor que lo cobija e invita al porvenir prometido. Compare Efesios 6:12 con esta cita:

“Pero en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó. Porque estoy convencido de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni lo presente, ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Romanos 8:37-39)

Hacemos patente esta experiencia en la adoración. La adoración en sí misma puede ser una acción violenta ante nuestra vieja naturaleza e impureza, nos pone en contacto con la realidad espiritual que rige lo que conocemos, con “los cielos”, y arrebatamos de ella lo que nos edifica y pertenece (Mateo 11:12b). Esa corrupción puede estar aún presente hasta el final de esta vida, pero no por eso debemos entrar en conflicto directo CON el pecado, no es el intento directo de cambio, mediante nuestras fuerzas, sino un IMPONER a nuestro pecado una vida y cotidianidad de comunión con el Espíritu Santo, la práctica espontánea de Su Voluntad, de una vida EN el Espíritu que nos permite adorar, ver, oír, hablar, bendecir, orar, cantar, estremecernos y conmovernos, regocijarnos, servir, ser fervientes, fortalecernos, vivir, andar, pensar y ocuparse en Él (Juan 4:23-24, Mateo 13:16-17, Lucas 8:8, 1 Corintios 14:2,16,14-15, Juan 11:33,13:21, Lucas 10:21, Romanos 1:9, Filipenses 3:3, Romanos 12:11, Efesios 3:16, Romanos 8:9, Gálatas 5:16, Romanos 8:5,6) y con esto, además, experimentar el germinar de Sus frutos, que no los TRAEMOS nosotros, el agricultor no hace germinar sus siembras, pero se ocupa de su cuidado para que así sea, el fruto FLUYE según con qué alimentamos la tierra. Los frutos del espíritu moldean manifiestan el nuevo carácter (Gálatas 5:22-25) tomando lugar a los frutos de la carne que son atados e neutralizados (Gálatas 5:16-21). Vivimos la plenitud de la vida (“zoe”) que nos otorga el nuevo nacimiento en el Espíritu.


LA ADORACIÓN TRASCIENDE AL CONFLICTO


Al abrir nuestra boca, al actuar, expresamos quienes somos, y lo que somos, está definido por un carácter, por necesidades y pertenencias, o sea, una identidad. Ahora, si declaro mi dependencia, pertenencia y gratitud, además de estar comunicando mi identidad, estoy por ende, alabando y ADORANDO. Entonces, adorar es confesar lo que somos. Adorar es SER. Por eso la creación es para gloria y alabanza al Creador (Salmo 150:6, Romanos 12:1). Y ese “estilo de vida” es adoración. Por eso se exime de formas religiosas, de lugares en particular, se ciñe sólo a una forma constante de ser y de buscar comunión para compartir eso que se porta (Juan 4:21-23), AMA a plenitud por lo cual se entrega y vive en adoración (Lucas 7:46-47). Si adorar es SER, el ser genuino adora por y con su mera existencia al Creador y procura hacerlo, lo necesita. Entonces adorar es una decisión consecuente con una conciencia de identidad.

Por eso para vencer la Guerra y sus batallas, que son temporales, una Guerra que tendrá fin, hay que conectarse con la eternidad en una actitud eterna, en una actitud de ADORACIÓN.

Además, os daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros
(Ezequiel 36:26a)

¿O no sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?
(1 Corintios 3:16)

¿O pensáis que la Escritura dice en vano: El celosamente anhela el Espíritu que ha hecho morar en nosotros?
(Santiago 4:5)

Como el ciervo anhela las corrientes de agua,
así suspira por ti, oh Dios, el alma mía.
Mi alma tiene sed de Dios, del Dios viviente;
¿cuándo vendré y me presentaré delante de Dios?
(Salmos 42:1-2)

Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en Espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en Espíritu y en verdad es necesario que adoren.

(Juan 4:23-24)

Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tenéis tribulación; pero confiad, yo he vencido al mundo. (Juan 16:33)

Al vencedor, le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono. (Apocalipsis 3:21)

Ellos lo vencieron por medio de la sangre del Cordero y por la palabra del testimonio de ellos, y no amaron sus vidas, llegando hasta sufrir la muerte. (Apocalipsis 12:11)

¡Oh Señor! ¿Quién no temerá y glorificará tu nombre? Pues sólo tú eres santo; porque TODAS LAS NACIONES VENDRAN Y ADORARAN EN TU PRESENCIA, pues tus justos juicios han sido revelados. (Apocalipsis 15:4)

Entonces oí una gran voz que decía desde el trono: He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y El habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos. (Apocalipsis 21:3)


Kate Austin, "In The Presence of The Light"