jueves, 14 de octubre de 2010

"YO HE VENCIDO"

"YO HE VENCIDO"
por Félix Alejandro T. H.

dedicado a Bastián Parraguirre.



Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz.
En el mundo tenéis tribulación;
pero confiad, yo he vencido al mundo.

Juan 16:33.




El valiente no nace, sino que se hace, ahí mismo en la encrucijada, entrando en la corte de Faraón con un Dios desconocido por revelar, saliendo de Ur y mirando al desierto, el valiente se comienza a crear en la cueva donde viene la Palabra de Dios a nombrarte por lo que Él ve en ti, el valiente se hace cuando el Rey de Babilonia impone su culto que no puede aceptar en sí, el valiente se hace cuando suda sangre y aún así pronuncia: “que se haga Tu voluntad, no la mía” porque sabe acatará lo dicho.

El valiente está desnudo frente a su Dios, su debilidad revelada, su vulnerabilidad es la confesión de su humilde camino de servicio a lo eterno, a lo puro, a la reconciliación con el Creador, no él mismo como redentor sino como sacerdote en medio del mundo, de su familia, de lo suyos; es su entrega a la total dependencia a la Gracia otorgada por El que ya no es sólo Juez y Señor, sino Redentor y Padre. Su valentía se ejecuta, es una decisión y conlleva a que en el sostener la determinación forja su carácter; la valentía fue requerida para cruzar la línea, la frontera entre el paradigma impuesto por la carne, sus hábitos, su vanidad y banalidad, el sistema mundano opresor, y migrar hacia la tierra prometida de Dios. Esa valentía es el partirse mismo de la cáscara de la semilla, es el depositarla en el campo fértil de un amor profundísimo, que se revelará cada día más inmensa, eterna.


La desnudez del valiente somete su carne ciega, sus miopes sentidos, a la humildad espiritual que todo lo ve, todo lo discierne, va anulando la soberbia que pueda haber en él. La Luz, a veces con dolor y vergüenza, abre las puertas y ventanas de las habitaciones incluso resistidas por el mismo individuo, que ha entregado todas las llaves a su Dios, que ha guardado silencio y cedido todo, recordando su sepultura de agua, comiendo el pan y tomando el vino, muriendo cada día a lo que le trajo antes un dolor y desesperación abismal, límbica, sin sentido ni provecho, opresiva… ahora, roto todo eso, su valentía es arrojo, creyendo en El que nadie más parece conocer.

El mismo camino angosto lo despoja de las cargas innecesarias, lo expone a su Señor, humilla por su propio peso lo que sobra. El camino es de retorno, es Adán arrepentido, magullado, despojándose de las maldiciones de la tierra, ahora transfiguradas a bendición que forma y “golpea” la carne, se despoja de la piel de oveja, del rito, del convencimiento, para ahora llevar el nombre que está sobre todo nombre escrito con sangre en su frente, para entrar en la santificación, en la conversión. En la medida que su alma es desnudada, que la carne es sincerada en sus capacidades limitadas, caprichosas, habituadas y engañosas, su espíritu vivificado se va vistiendo con la gloria y amor que Su Redentor le brinda, le contagia, le rebalsa, sobreabundantemente.


El valiente no cree en sus propias capacidades, sino que cree en lo que su Creador ve en Él, cumple el llamado, honrado por el amor y gracia concedidas, entrega sus capacidades, quiere maravillarse y en “hechos y verdad” contemplar lo que el poder de su amado Creador puede hacer. Por eso tampoco se avergüenza de lo que porta, de lo que se la ha sido conferido, de las buenas nuevas, del evangelio, porque el poder que porta, lo vive y a confrontado su propia naturaleza, llevándolo a vivir cada día la Verdadera existencia. Por esa buena nueva que vive él ES. Se ha quebrado todo en su interior, y lo ha ido quebrando. Los odres viejos de su ser se han ido quebrando, el poder creativo de su Dios lo trabaja para darle más y nuevo buen vino, gozo, las esperanzas y certezas ganadas en la lucha y el amor. El quebranto expande, es una renuncia para recibir algo nuevo, lo viejo ya no sirvió, se necesita la jovialidad de la esperanza y su perseverancia para mantenerse en el camino, recorrerlo. No cualquiera decide por el recorrido, de gloria en gloria, el Camino de la aurora al día, emergiendo de la noche del alma. El valiente se sabe y confía cada día más al poder restaurador de su Redentor, sabe que tiene que ser tratado, como sabe de la muerte que vive cada día arrojando hacia su propia crucifixión todo lo viejo, todo el peso que lo limita en su carrera. Un día renunció a darle en el gusto a sus debilidades, porque lo llevaban a un abismo que nunca lo hizo feliz, que lo alejó de la Fuente de donde todos alguna vez vinieron, o más bien, sólo uno vino, el primer hombre, por el cual todos cayeron.

El viaje es de retorno, de reconciliarse en la fe con su Creador, y más específicamente, es acortar la distancia que el pecado creó entre el hijo pródigo y su padre, que ya había dispuesto todo para el hijo, para agasajarlo, para otorgarle la gracia. Todo lo que el hombre hace lo deshace pero todo lo que el hombre encomienda y ejecuta en fe, confiando en Dios y guiado por Él, es, existe, existe en el verdadero ser que originalmente dispuso el Creador en una hechura perfecta, en la fe realmente comienza a vivir porque es lo que existe desde antes de la fundación misma del mundo. He aquí un misterio, gran misterio, pero ese misterio lo desgrana otro, que se experimenta y luego se va entiende, el de la Gracia, y se experimenta en el sacrificio, en la abolición diaria de la naturaleza que ya falló, que no hace, en esencia, sino que deshace, disuelve, esparce, confunde, se pierde, no da en el blanco, no crea reconciliación, ni siquiera con el prójimo, porque no sabe de eso pues es su propio dios, pero como no es autosuficiente, todos se vuelven su enemigo o se transforma en un caudillismo caduco, romántico y soberbio. A todo esto ha renunciado el valiente, a los vicios miserables del devenir de la Historia, y de su propia historia muerta, inconversa, como hijo de Ira, apenas le sirve aquello como una fotografía del viejo Egipto, de la vida anterior, incluso su Dios, en medio del desierto, del camino angosto, provoca y llama a que saque la foto, la desempolve y recuerde su estado anterior, no para condenarlo con su pasado, sino para hacerlo recapacitar: la carne ciega, si se la atiende más de la cuenta, más de lo que la disciplina de la santificación permite, querrá volver a aquello que conoció, renunciar al destierro santo al cual se la ha entregado, querrá volver a lo que se habituó, inclusive si eso implica dolor sin consuelo, angustia sin carril, miseria degradante, porque es lo que conoce, pero es incapaz de mirar al horizonte, sino voltear a la ciudad con oscura nostalgia, donde naturalmente nació, donde se esclaviza y se muere.

La valentía como cualidad es sólo un instante, en el que se rompe la circunstancialidad y los cálculos naturales para comenzar a ejercer, ejecutar fe y vivir dependientes de la presencia y amor de Dios. Si se la busca como virtud, se la busca como percutor, liberador de la explosión para el desastre contra todo lo establecido, incluso contra la religiosidad que buscó habituarse en las doctrinas intelectualizadas, banalizadas sin mayores sobresaltos, dependiendo de la letra y no de la relación íntima y radical con Dios, sin sobresaltos en lo interior, ni en la comunidad de los santos, ni de éstos frente al mundo (y no en contra, ni menos a su servicio santo). El valiente, en esa actitud, en recubrirse y caminar el tramo dificultoso del camino angosto, hasta la glorificación, va recuperando lo que perdió el primer hombre, Adán, va de camino a retornar al hogar del Padre, pero sólo lo puede hacer porque el Nuevo Hombre, el segundo Adán, Jesús el Cristo, como el tipo del Nuevo Hombre (el hermano mayor, el primogénito de muchos y ejemplo único) PARA TODOS los escogidos entre los llamados, ya recorrió el tramo en medio de este mundo, en la carne, en esta realidad y conciencia limitadas, y más que eso, obedeció en todo hasta el sacrificio máximo para vivir por completo lo que significa la separación con la Divinidad, adosándose la carga de los pecados, rasgó el velo, el camino de reconciliación fue allanado por su obra gloriosa desde las profundidades hasta lo más alto, sobre toda cosa creada. Él enseñó a los suyos y los encomendó para compartir las buenas nuevas del evangelio, que en realidad sólo son nueva para los que estaban ciegos, muertos en sus obras, para los testigos de este obrar de Dios para con el mundo, ciegos a la realidad divina, es la noticia de algo ya determinado por la Trinidad cuando la humanidad cayó, se alejó, se desvió de su destino próspero; ese evangelio, esos principios del Reino de los Cielos llaman a un seguimiento único que sólo valientes asumen el reto que incluso los confronta con ellos mismos, el Espíritu va completando la obra cada día, ya asumida la justificación, apartándose para santidad cada día, ejercerá la violencia necesaria espiritual para arrebatar lo que está en disputa cada día hasta el regreso del Redentor.

En este camino es que de la debilidad del hombre puede llamar a la Fortaleza para sí mismo, y comprobar en los principios del Reino de los Cielos, en la fe y confianza creciente en su Dios, cómo puede ir dando pasos y hacerse valiente entregándose al camino que va abriendo, fielmente, aquél que siempre anunció a sus siervos: YO ESTARÉ CONTIGO, y tal como da su respaldo cuando habla refiriéndose a Su primogénito, que es nuestro modelo a seguir, y verlo manifiesto en nuestra vida, muriendo cada día a lo corrupto: ESTE ES MI HIJO AMADO EN QUIEN ME HE COMPLACIDO.



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1 comentario:

  1. Hermosa reflexión mi querido hermano ,la sutileza que describe en esta acertada descripción de lo que en verdad deberíamos ser ante el Padre,como artista plástica me conmueve lo que nuestro Creador siembre en nuestros espíritus,Dios bendiga su trabajo y la labor de este tu espacio.

    Maranatha!!

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